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El espacio entre la obra maestra y la obra convencional – Alien Convenat

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Nuestro periodista  Iván Darío Hernández Jaramillo nos comparte una critica de la película Alien Convenat.

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Y de repente, todos los sueños conducen nuestra mirada al espacio y nuestra mente viaja en el tiempo, desde los propios créditos, a eso que se volvió nuestro mayor terror en el espacio exterior. Los recuerdos de Alien, el octavo pasajero empiezan a aparecer. Desde el primer momento, Alien Covenant ya no parece una película de Ridley Scott, más parece un dibujo en movimiento de Jean Giraud (Moebius). Que experiencia tan única, sin los vicios de la tercera dimensión. El espacio exterior luce tan nítido como un día soleado, pero como todo día en extremo soleado es un aviso inequívoco de una fuerte lluvia futura.

En su primera parte, Alien Covenant no es tan solo un sueño cósmico como ya no se veía en el cine, promete ser además una cátedra de un género maltratado por el tiempo. Michael Fassbender esta maravilloso, tan ilimitado como lo fue HAL 9000 en 2001: Odisea en el espacio.  No tardan en aparecer las primeras máquinas asesinas, versiones letales recién nacidas de la legendaria creación diseñada por H.R. Giger. Él se hubiese emocionado bastante, todo es un homenaje de toda una vida no solamente de Scott, sino además del inmortal diseñador, de Dan O´Bannon y de Walter Hill. En su primera parte, Alien Covenant no tendría nada que envidiarles a los más ambiciosos sueños de Dune de Jodorowsky. Pero solamente es la primera parte.

A partir de aquí con Spoilers. Todo es de lo más convencional, los sustos están advertidos y los orgasmos visuales magistralmente logrados ahora son tan solo un vago recuerdo. Las duchas de sangre son lo único emocionante en esta nueva aventura. Es en muchos aspectos una película gore a toda regla, pero mientras más cuerpos caen destrozados, más Alien Covenant se vuelve una de esas segundas partes cansadas. Digamos que Aliens (la continuación de Alien, el octavo pasajero) y que fue emocionalmente dirigida por James Cameron, es tan vibrante como esta Covenant termina por no serlo. Son las dos partes de todo este universo equivalentemente distantes. Todo es una gran confusión, de la maravilla visual a unas sorpresas dignas de una película de asesinos seriales setentera.  Si el sueco Daniel Espinosa hubiese planteado estrenar Life al lado de Alien Covenant, no se sabría quién le copió a quién el guion y seguramente Ridley Scott, así como se lo hizo a Neill Blomkamp, no hubiese permitido que la hubiera hecho. Cuanto extraño a esta hora todo eso que bien pudo hacer el director sudafricano.

La joya de toda la película se revela en Fassbender, haciendo un doble papel, en ambas facetas más brutal y acertado conforme pasan las escenas. Toda la película es él, inclusive siendo más atemorizante que el Xenomorfo. Es el sintético David de la misión Prometeo, y el sintético Walter de la misión Covenant. Es tan grandioso este actor en estos dos personajes, que los huecos argumentales que hay que pasar por alto para que esta historia tenga un puente ideal con Alien, se hacen muy evidentes con lo que se nos revela de David después del final de Prometeo. Es tan extremo el giro, que se siente una burla, hay que ver Prometeo para entender Covenant y al tiempo hay que olvidar todo lo que con tanto esfuerzo se nos contó en Prometeo para encontrar el norte lógico de Covenant.

El desenlace viaja de lo auto paródico al auto homenaje. Hay una escena con música de película porno y digna de un guion hecho para un viernes 13, en la que la pareja de novios está haciendo el amor en una ducha justo cuando el asesino anda suelto y es quien preciso los mata en el momento más existente de la relación. Luego del chiste, Alien Covenant se apresura al final con la muerte del personaje gay y mexicano y del afroamericano. La inminente muerte de la bestia nos conduce a lo que bien hicieron en su momento Scott y Cameron, las ideas originales, el desenlace clásico. Luego hay otro giro más que cantado, pero tan convincente con la actuación de Michael Fassbender, que terminamos por perdonar la obviedad.

 


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