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Columnista invitado: Daniel Grajales Tabares, periodista cultural
Cuando los niños de mi generación crecimos, por allá en 1990, nos enseñaron una cosa: “si va a pasar la calle mira, para arriba y para abajo, que no vengan carros”.
Así, comenzaba una importante enseñanza de cuidarse, de ‘autocuidarse’, que, si bien era fundamental en una Medellín de calles empinadas, de barrios altos como los del poeta Helí Ramírez, en las que los ‘motonetos’ bajaban a toda velocidad cuando uno menos lo esperaba; esa recomendación de las mamás carecía todavía de un pensamiento “moderno”, porque ignoraba que esos niños también íbamos a ser adultos (si la violencia urbana nos lo permitía) y, quizás, conductores.
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Esta ciudad, dicen expertos en movilidad, está pensada para los carros y necesita todavía trabajar en ser más “amable” para los peatones. Sin embargo, mientras eso pasa, me pregunto por la cultura ciudadana de los conductores. Es escaso que un conductor le dé la posibilidad a un ciudadano de cruzar primero. En la mayoría de los casos le pita, o, peor aún, le tira el carro, por no mencionar las palabras con las que lo trata.
Foto: cortesía
Parto de nuestra realidad con la movilidad, solo para introducir a una reflexión necesaria: ¿será que desarrollamos una cultura ciudadana que se nos quedó corta? ¿Será que se nos envejece el concepto?
Decía el profe Antanas, como respetuosamente y con cariño le digo a Antanas Mockus, la última vez que pude verlo en Bogotá (el pasado 2019), que la cultura ciudadana contiene una visión “positiva” de la convivencia y promueve la tolerancia. Habla del “aprecio por distintos proyectos de sociedad”, invitabas a la no violencia, a cultivar la capacidad de celebrar y cumplir acuerdos, promovía el cumplimiento de la ley, la confianza interpersonal e institucional, la representación positiva del otro y el interés por el cuidado de lo público.
Así, con sus valiosos ideales, no es otro el faro que da luz para decir que la cultura ciudadana es maleable, se transforma y configura de la mano de la sociedad. No es un concepto estático y mucho menos fácilmente repetible.
Foto: cortesía Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín
Por ello, en la ciudad de la eterna primavera hace falta una actualización en el discurso sobre la cultura ciudadana, de manera urgente, en pro de una convivencia basada en el respeto de la diferencia, cuando el siglo XXI es un tablero de luchas sociales y reivindicaciones pendientes.
Ya es hora de preguntarse si lo que pasa con el Metro y su ‘cultura Metro’ pasa la prueba sin el uso de la fuerza por parte de la policía, si realmente los ciudadanos de Medellín quieren un sistema de transporte masivo aséptico o si prefieren los ‘tags’ del metro de Nueva York. Esta es la era de la libertad, han dicho los teóricos alemanes contemporáneos, coincidiendo con algunos pensadores norteamericanos de este siglo.
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La pregunta por la cultura ciudadana hoy es igual de importante a cuando Mockus se la propuso en Bogotá (1995). Es que la cultura ciudadana de hoy, a la que podemos llamar “cultura ciudadana 2.0”, debería siquiera explicarnos cómo tratamos al otro en las redes, si deberíamos etiquetarlo cuando queramos decirle algo o si está bien solo echarle indirectas. También debería guiarnos, tal vez con un top 10, en de qué manera no construimos confianza interpersonal cuando ejercemos el ‘matoneo’ virtual (también llamado ‘cibermatoneo’).
Foto: Daniel Vargas en Unsplash
El ciudadano del siglo XXI debe pensar si su concepción de la cultura ciudadana no debería haber un proceso obligatorio de desaprender: desaprender racismo, clasismo, uso indebido de la fuerza, violaciones a la intimidad de los demás, irrespeto a las mujeres…
Hoy ninguna campaña de los gobiernos locales ni de las empresas privadas de aquí, de Medellín y Antioquia, está pensando en modo cultura ciudadana 2.0, la mayoría de sus discursos le apuntan, todavía, a una cultura ciudadana del “pórtate bien”, que tiene más de la “urbanidad de Carreño” que de la contemporaneidad.
Foto: Kobby Mendez en Unsplash
La nueva cultura ciudadana debería preguntarse cuándo hay que dejar de mirar el celular para responderle a quien está al frente, como también cuáles son los horarios para hablarle de trabajo a alguien a través de WhatsApp y hasta debería decirnos, de una vez por todas, que ser diferente no es motivo de risas y no merece más chistes por parte de nuestros comediantes, para quienes los negros y los homosexuales surgen como únicas musas de las carcajadas.
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Al cierre, le sumaría a la lista de necesidades de una cultura ciudadana 2.0 una reflexión profunda al “ego paisa”, así como la necesidad de ver con grandeza la diversidad que habita en estas tierras, donde no solo hay una religión, una manera de vestir y mucho menos una sola forma de ser, citando a ese gran Profe Antanas que me ha complacido siempre escuchar, invitando a que dejemos de pensar que somos dioses, cómo hoy nos demuestra la naturaleza: “mi tarea con la cultura es que aprendamos a vivir sin dioses”.
Y una más: «Primer anillo de seguridad, tu conciencia. Segundo anillo -si tu conciencia falla- tus vecinos, amigos y colegas. Si la autorregulación y la mutua regulación no bastan, policía y justicia. Pero en ese orden”.
***Columna de Daniel Grajales Tabares, periodista cultural
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