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El rock no ha muerto en Chapinero

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El barrio sigue siendo el fortín bogotano de los amantes del género.

El barrio sigue siendo el fortín bogotano de los amantes del género. Cerveza pa’ todo el mundo, bares con rocolas virtuales, clásicos de siempre y temas underground. Crónica en la noche de ojos abiertos.

Plaza de Lourdes, viernes 9:00 p.m. La noche abre sus redondos ojos en Chapinero y la banda punk española Ilegales, que sonaba duro en la década de los 80 y que aún deleita a los melómanos del sector, anuncia el destino de la farra: me siento salvaje en el disco bar / se acelera mi ritmo vital / una tormenta está por estallar.

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Botas con puntera y narices con piercings; chamarras de resplandecientes cremalleras, elegantes amantes del glam y sombríos seguidores del death metal; camisetas de Dio, Sex Pistols y Helloween; mechudos con abrigos de cuero y chicas voluptuosas vestidas de negro y con los labios encendidos de rojo cruzan la plaza en busca de una descarga eléctrica para calentar el naciente fin de semana.

“Los roqueros somos una familia, aunque vengamos de lugares diferentes, aunque no nos uniformemos con la misma ropa, aunque seamos cuchos o peladitos”, asegura Nidia Caicedo, una habitante frecuente de la rumba chapineruna.

También aparecen los que no le comen al frío con tal de mostrar el tatuaje, los vieja guardia a los que es casi imposible ponerles un tema que no hayan escuchado y los que, a pesar de llevar una pinta normal, se van a gozar el rocanrol una vez más. “Este es el único bar de Chapinero donde se rumbea el rock, se baila un tema trash metal o se canta a grito herido una balada ochentera”, comenta Sebastián, administrador del mítico Abott y Costello, que abrió sus puertas en 1985.

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En medio de los conocedores, se camuflan, usando la camiseta de moda y tarareando las canciones más trilladas, los que no saben del tema. Toman cerveza, hablan gritando para poder escucharse y de vez en cuando clavan sus ojos en los televisores que tiene todo bar de rocanrol que se respete.

Afuera, huele a cigarrillo y marihuana. Adentro, los diálogos se pierden entre los decibeles acostumbrados a la hora del rock. “Pa’ escuchar música de consultorio este no es el parche”, dicen los chicos cuando se les pregunta si no les incomoda el volumen “a todo lo que dé”.

 

Los rockeros encuentran en Chapinero bares que se mantienen fieles a las leyendas, que recurren a los cañonazos de todos los tiempos para no perder clientela, que le montan escenario a las bandas nacionales o que ponen temas que envidiaría cualquier bar del planeta. Allí, se mantiene la resistencia a los embates de otros géneros del sector: reguetón, tropipop, eterna salsa, música de plancha, rumba electrónica y mariachis con sus clientes borrachos y entusados.

Afiches de Nirvana, Pantera y Kraken, entre muchos otros, demuestran que el género es un vasto territorio para diferentes gustos. La cerveza es la reina de la noche: está en cada mesa, en cada mano, en cada brindis. El negro brilla por doquier. Las rocolas son solo adorno y algunos bares tienen aplicaciones en las que sus clientes pueden agregar temas a la lista de reproducción, sin necesidad de usar monedas ni pararse de la mesa.

“A excepción de Chapinero, el rocanrol está muriendo poco a poco en la ciudad. Por ejemplo, bares de metal pesado quedan pocos, Perseo en la Primera de Mayo, Stones en Suba y La Tienda Metalera en la 45”, dice el escritor Henry Gómez. “Bogotá tiene una especie de nostalgia del rock. Hay una tendencia a vivirlo en retrospectiva en la que se prefiere mirar hacia los setentas y los ochentas. Los bares exploran bandas supremamente underground de esos días”, añade el autor de Diabolus in música.

El rock no ha muerto en Chapinero: su leyenda sigue palpitando. Al fin y al cabo, tiene una larga historia dónde apoyarse para sobrevivir en medio de la era de la música por Internet y la fusión electrónica de géneros. En los 60, Gloria Valencia de Castaño se convirtió en pionera al abrir el bar La Bomba. En la siguiente década, el Parque de los Hippies fue el punto de encuentro de los rockeros.

Enseguida aparecieron metaleros y punketos. Crestas y mechas largas. Otras sustancias y peleas por doquier. “En los noventas si alguien llevaba una camiseta de Sepultura lo interrogaban a ver si conocía a la banda y si no, lo cascaban, si no tenía el pelo largo no levantaba y al que lo tuviera corto se la montaban”, cuenta Ricardo Moreno, conocedor de la zona.

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Luego aparecieron bares legendarios: Inquisition, Orgasmatrón y Helloween. El grunge, las camisas de leñador, los buzos de capota y los raros peinados nuevos ganaron espacios. Por esos días, nadie se imaginaba que, diez años después, el rock empezaría a ceder terreno en los bares de la ciudad.

Sin embargo, y por fortuna para sus amantes, Chapinero sigue siendo su fortín. Allí, el género no pasa de moda y sigue sonando cada fin de semana desde hace varias décadas.

“All alone in your city/ in this world without pity /don’t you know it’s still the night/ don’t you know it’s…”, aúllan en coro los miembros de la banda inglesa Phenomena. Algunos que conocen el tema sacuden la cabeza y tararean la letra. El reloj está a punto anunciar la hora del cierre y ellos aprovechan hasta la última descarga. Mañana volverán.

Dónde roquear en Chapinero

 

*ChapinRock (Calle 63A No. 10-58). Se puede bajar una aplicación y sumar temas a la lista de reproducción. Una rockola de hoy.

*Open Light (Calle 63A No. 10-62). Seis televisores. Paredes pobladas de afiches. Cerveza bien fría.

*Abott y Costello (Calle 65 No. 13-42) El más tradicional. Dos pantallas gigantes. La jarra de cerveza a $13.000. “Rock de hoy, ayer y siempre”.

*Kraken Rock (Carrera 13 No. 66-10 Piso 2). Cuatro meses de vida. Homenaje a la leyenda del rock nacional. Destinado a toques de bandas nacionales.

*Dinasty Galería Rock (Carrera 13 No. 66-10 Piso 1). Decoración de Kiss: carros, títeres, llaveros, agendas, termos, loncheras. Más fashion que los demás.

Dinasty


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