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Más arriba del centro conocido de Bogotá dos majestuosos pavos reales coronan el techo de la Plaza Distrital de las Cruces, que desde hace más de noventa años reúne a comerciantes minoristas y campesinos para proveer alimentos a los habitantes del sector.
Por: María Antonia León.
Cuando estaba de moda la chicha y los bogotanos no acostumbraban a hacer sus compras en los grandes supermercados sino en los barrios, la Plaza de Las Cruces, en el centro de Bogotá, no solo contaba con gran fama, sino que se configuraba como un espacio de relevancia histórica. Fue declarada monumento nacional en 1983 y en 2008 fue restaurada por la administración distrital.
La historia de la plaza se remonta a 1928, cuando fue construida la galería central. Su arquitectura es ecléctica, pues mezcla elementos barrocos y clásicos. El pavo real está presente en varias áreas del edificio: es el símbolo de la prosperidad representada en la gran cantidad de víveres, animales, yerbas, un güentos, frutas y verduras que se conseguían allí, producto del trabajo de los campesinos de Cundinamarca y Boyacá.
Muchos de los vendedores que trabajan actualmente en la plaza llevan décadas con sus negocios; es quizá la constancia y una pasión inquebrantable lo que les ha permitido sobrevivir a la competencia de las grandes superficies y a la inseguridad de la zona. Algunos son de ascendencia campesina, otros nacieron en Bogotá, pero encontraron su lugar en Las Cruces. Son ellos quienes mantienen vivo el espíritu de las plazas de mercado en nuestra ciudad, aunque muchos piensen que los días de las plazas están contados.
Toda una vida en la plaza
“Cuando llegué aquí, hace casi sesenta años, la plaza estaba por fuera, en la calle, y acá en la galería había graneros, almacenes de papa, grano, restaurantes, fritangas y carnicerías. Los puestos de frutas y verduras eran tantos que se ubicaban en toda la calle casi hasta llegar a la carrera décima”, dice Esperanza Rico, una de las comerciantes de la Plaza de las Cruces.
Esperanza llegó a la plaza cuando tenía siete años. Ahora tiene 63 y sigue trabajando en el mismo puesto de verduras que, aunque ha cambiado de sitio, conserva la esencia de aquel entonces. Nació en Cáqueza, Cundinamarca, un municipio que queda por la vía que de Bogotá conduce a Villavicencio. Su mamá era comerciante y viajaba a Bogotá para vender en la Plaza de las Cruces cabezonas, quesos, huevos y otros productos.
“Los jueves eran los días de mayor movimiento, pero cuando llovía les iba muy mal a los que se ubicaban en la loma porque el agua se les llevaba el mercado. Algunas personas se ubicaban abajo con canastos y guacales para recoger lo que perdían los vendedores de la plaza porque se había ido rodando. Aquí se encontraban gallinas, pavos, huevos, maíz, hasta culebras para presentar espectáculos”, asegura Esperanza, que con los años heredó el puesto de su mamá.
Un legado familiar
Desde 1937 la familia de José Armando Amado ha mantenido un negocio de venta de pescado y huesos de marrano en una de las entradas de la plaza. Su madre lleva 67 años trabajando en el mismo sitio, y a su vez recogió el legado de los abuelos. Ella es una de las vendedoras más antiguas de la Plaza de las Cruces.
“Nosotros vendemos mojarras, nicuros y bagres, y un pescado muy especial que es el famoso atún. Todo se vende muy bien, pero para mí el más rico es el nicuro, que se puede preparar sudado y en leche, igual a como se prepara una pasta”, asegura Armando, quien trabaja en la pescadería desde que tenía nueve años.
Su familia ha decidido mantener vivo el negocio, a pesar de las apremiantes condiciones a las que se ven sometidos por cuenta de la inseguridad del barrio que, según ellos, es la responsable de la disminución de la clientela. Es por eso que Armando combina su trabajo en la plaza con la venta ambulante de sombrillas.
“La clave es el buen trato con los clientes. Más que todo les vendemos a los restaurantes, que nos compran porcionado. Normalmente se llevan entre diez y veinte libras para preparar los almuerzos del día”, explica.
44 años juntos en la plaza
Elsa Castillo y Víctor Garzón tienen un puesto de víveres en la zona occidental de la plaza. Allí trabajan juntos desde que se casaron, hace 44 años. Antes de tener un puesto propio, Víctor trabajaba como ayudante en los otros puestos. Ahora, según Elsa, ella se encarga de manejarlo todo, incluido a su esposo, mientras él maneja las relaciones públicas.
“Yo llegué a la plaza procedente de la vereda El Ramal, de Fosca, Cundinamarca. Tenía quince años. A los catorce me había caído de un caballo y tuve una luxación de cadera, por lo que me trajeron a Bogotá. Hubiera podido se guir estudiando, pero me gustó más la plata. Hoy en día me arrepiento de no haber estudiado, porque me hubiera gustado estudiar política”, dice Víctor.
Esto lo dice porque, según él, en las plazas de mercado siempre se encuentra gente honesta y respetuosa, por lo que son tan visitadas por los políticos cuando están haciendo campaña. Por Las Cruces han pasado Pardo, Serpa, Peñalosa y muchos otros. Cuando Víctor se enteró de que Serpa iba a ir a la plaza compró una botella de whisky para compartirla con él. Así fue, y durante unos minutos, Víctor estuvo charlando de tú a tú con el candidato presidencial, mientras estaba bajo el lente de las cámaras.
Producto de su experiencia, Elsa y Víctor le hacen un llamado al Instituto para la Economía Social, Ipes, encargado de administrar las plazas distritales. Su sugerencia es que se flexibilicen las categorías de los puestos de la plaza que están vacíos, pues según ellos, se pueden vender productos diferentes a frutas y verduras, que es para lo que fueron bautizados.
Dónde: Calle 1F No. 4-60
Horarios: Lunes a sábado, 8:00 a.m. a 5:00 p.m.; domingos de 8:00 a.m. a 4:00 p.m.
Recomendados: Los jueves la plaza cuenta con una jornada de descuentos especiales, promociones y la famosa «napatón» que, con la compra de productos, los comerciantes enciman otros. Ese día la plaza esta abierta hasta las 7:30 p.m.
Destacados:
1. La Plaza Distrital de las Cruces es un monumento histórico del centro de Bogotá por la belleza de su arquitectura ecléctica, inspirada en los pavos.
2. Aunque ha disminuido su movimiento, aún son muchos los puestos en los que se consiguen jugosas frutas y verduras, granos, papas, yerbas y hasta locales de chucherías.
3. Los comerciantes de la Plaza consiguen sus productos frescos con distintos proveedores y la comida que se pierde la reúnen como alimento para ganado.
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